Larga y triunfal la corrida de toros de Arévalo, seguida por un público expectante que llenó ampliamente en sus tres cuartas partes los tendidos de la plaza, con las pausas y parsimonias habituales por tradición de la localidad, me dicen, en la que hasta el Presidente de la corrida y sus asesores se retiran del palco y fuera de él dan cuenta de las viandas y un tentempié, tras la muerte del tercer toro. Tardos también en arrancar por aquello del calor y abrir el grifo de la manga riega, para que el albero se humedezca y no surja el polvillo molesto que agobia más de la cuenta en las tardes de calor como la que hoy ha hecho en la capital de la Moraña.
Que la Presidencia sea ejercida por un concejal del ayuntamiento, siendo juez y parte de la programación taurina, es un evidente error y conculca las buenas formas que deben regir toda dirección de la corrida de toros. Pero ya se sabe que en España hay un dicho muy significativo que dice“Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como”. Y mientras la Agencia regional de los espectáculos taurinos no determine y acabe con estas prácticas tan propias de algunas plazas de toros, caerá siempre en saco roto la queja, la forma, la disposición y las maneras para con los espectadores que abonan su entrada.
Pero en fin, vamos a la crónica del festejo al que nos ha acreditado la empresa únicamente en el tendido 2, al solazo, y sin posibilidad alguna de acceder a otro. Primero y antes de nada voy a quejarme aquí que es donde debo hacerlo porque a los informadores de pluma nos invitan y por aquello de “a caballo regalado no se le mira el diente”, nadie protesta. No es mi caso. Prefiero si no se puede hacer bien el trabajo, que me denieguen la acreditación. Colocar al informador en pleno tendido de sol como si fuera un castigo para redactar luego la crónica de lo acontecido no tiene demasiado pase ni profesional, ni objetivo, ni es respetuoso con el periodista. ¡Qué diferencia con esas plazas que atienden, respetan y facilitan la labor de los profesionales…! Hoy como cierre festivo de San Victorino se han lidiado dos toros para rejones de Luis Terrón, bravos y repetidores, uno de ellos aplaudido en el arrastre, para Diego Ventura, oreja y dos orejas y cuatro de Garcigrande y Domingo Hernández, terciados, justos de fuerza, nobles y bravos. El segundo derribó al caballo de picar en la vara recibida. El último premiado con el pañuelo azul en su arrastre para El Juli, oreja y dos orejas y Alejandro Talavante, silencio y dos orejas. Al final del festejo los tres salieron a hombros de la plaza. Actuó de sobresaliente Miguel Ángel Sánchez.
Muy entretenida y amable la corrida de esta tarde en Arévalo. Colorido en la grada, alegría y bastante más gente en el tendido que el sábado pasado.
Abrió plaza Diego Ventura que pese a pinchar a su primero y lograr en el segundo intento un rejón de muerte, trasero, fue premiado con la oreja de su enemigo. Donde estuvo en su tono de entrega, raza, cabalgando con torería y disposición fue ante el cuarto de la tarde. Muy bien en banderillas a una mano y aunque el rejón de muerte no produjo la inmediatez efectiva final al toro de Terrón, echó el caballero pie a tierra para descabellarlo, pero no fue preciso el uso del verduguillo al echarse el ejemplar. Durante la petición del respetable del premio para el rejoneador, el Presidente exhibió dos pañuelos blancos a la vez. Un espectador le regaló en su vuelta triunfal un cachorro de galgo.
En lidia ordinaria, El Juli y Talavante estuvieron muy por encima de los toros, logrando ambos diestros pasajes bellos, como un quite por lopecinas de Julián López y rematado con tres medias verónicas excelentes. Juli toreó a “aguacate“, un colorado de Garcigrande, exprimiéndolo como un limón, sacándole todo lo que tenía y un poco más, con una torería plena de suficiencia.
Talavante en su primero anduvo sobrado de profesión, calidad y detalles pero mató muy mal con una estocada infame, casi un sartenazo en toda regla a lo que el mismo torero, abrumado, extrajo el acero para evitar se viera la muy deficiente colocación de la espada. En el que cerró plaza, se sinceró a pies quietos, doblándose como un junco y haciendo embestir al ejemplar alrededor de su talle, con cambios de mano, naturales y derechazos de bella factura. Tras la estocada, las dos orejas merecidas, cayeron en su esportón, en tanto el toro era premiado con la vuelta al ruedo en su arrastre.
En fin. Acabó el serial de San Victorino en Arévalo cuando ya los cuernos de la luna asomaban en el cielo y las lentejuelas de los trajes de luces tililaban frente a los focos de la Plaza de Arévalo. Una tarde cálida y entretenida, aunque con el cuerpo casi torrefactado por el calor. FOTOS: José FERMÍN Rodríguez.